A mi amigo Enrique Laso

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Tenía desde hacía tiempo pendiente el escribir a Enrique estas líneas,… y ya no debo demorarlo más.
¿Qué escribes de una persona a la que aprecias tanto cuando no vas a verlo más?
En este mundo de escritores que orbitamos en torno a Amazon, tengo muchos compañeros y amigos: Sol Taylor, Andrea Golden, Dolors Lopez, Olga Nuñez, Juan Soto Miranda, Fernando Cota, Sergio Garcia y muchos otros, pero hay dos en particular a los que siempre estaré eternamente agradecido. Los considero amigos y MAESTROS. Una gran señora: Blanca Miosi. Y un gran gran señor: Enrique Laso.
Los considero MAESTROS, en el sentido oriental de las artes marciales. Personas que destacan en una disciplina (en este caso la escritura). Que te enseñan lo que saben con todo el cariño del mundo. Y que te acompañan y te ayudan cuando te equivocas. Siempre que tengo oportunidad en una entrevista o presentación de mis novelas, los menciono, agradeciendo lo mucho que han hecho por mí.
Esta semana, Enrique se nos ha ido caminando en un viaje sin retorno.

Enrique Laso

En estas líneas quiero condensar mis recuerdos de su magnífica forma de ser.
Como suelo ir frecuentemente a Madrid y en mi vida me ha tocado negociar con todo tipo de personas, en todos los continentes, hace unos años cuando comencé a introducirme en este mundillo de Amazon, intenté contactar con varios escritores/as famosos que vivían en la capital de España. La mayoría no me respondieron y otros declinaron la propuesta.
El caso de Enrique fue diferente. Me dijo que no tenía inconveniente en estar conmigo, en su agenda siempre estaban ocupados los 2/3 meses siguientes. Que le tenía que avisar con tiempo. La siguiente vez que le escribí (con solo 2 semanas de anticipación) me volvió a repetir lo mismo: que le tenía que avisar con más tiempo. En aquel momento, me asaltó la duda de si era una excusa o no. A la tercera vez, le escribí con 3 meses de anticipación y me dijo que, sin problemas, que se apuntaba la cita en su agenda.
Conforme se iba acercando la fecha, me empezaba a entrar cierta preocupación: ¿me cancelará la cita por otra más importante? Pero, llegó el día previsto y allí estaba yo: en la entrada del Palacio de Hielo de Madrid a las 20:50, esperando al gran Enrique Laso.
Llegó puntual y nos fuimos a la ruta 77, zona en donde tienes unos 20 puestos con diferentes especialidades gastronómicas, de las que vas seleccionando lo que quieres y después te sientas en la zona central a degustarlas.
Nos portamos como críos. Le dije que tal y como le había escrito, si el me dedicaba su valioso tiempo, yo era el que debía pagar la cena. El me dedicó esa sonrisa suya tan especial y me dijo: “No te lo habrás creído”. Y empezamos una competición, cada uno por diferentes puestos, comprando jamón, queso y otras viandas. Al cabo de unos minutos, nos sentamos en una mesa, con mucha más comida de la que éramos capaces de digerir. Tomamos un par de cervezas: la primera japonesa y la segunda holandesa. Le gustaba la cerveza de calidad. No en cantidad. Era deportista y se cuidaba.
Una de las cosas que me dijo fue:
—Como te he comentado, tenemos una hora. Después he quedado con mi familia y tengo que hacer un par de cosas más antes de irme a dormir.
Era muy escrupuloso con su agenda y sus horarios para hacer las cosas. A las 22:30 me dijo:
—No suelo llegar tan tarde a casa. Aviso a mi familia de que llego en media hora.
Nos fuimos del Palacio, cuando lo cerraron y me acercó al hotel en su coche, donde nos bajamos y estuvimos hablando hasta casi la madrugada. Teníamos perfiles de trabajo y humanos similares: habíamos trabajado en multinacionales, habíamos negociado en todos los contenientes, nos gustaba el marketing, habíamos sido profesores de Universidad, adorábamos a nuestras familias, … y un largo, largo etc. Hay personas con las que tratas a menudo y nunca te sentirás cercano a ellas. Hay otras que, tras unos minutos de conversación, sabes que nunca te fallarán.
Después de aquella noche, cada vez que tenía una duda sobre Amazon o el mundo de la autopublicación, le ponía un twitter por privado y casi antes de que terminase la pregunta, ya tenía la respuesta. A día de hoy sigo maravillándome.
Recuerdo el día en que le pregunté:
—Enrique, no quiero quitarte un tiempo preciado, pero…, si te mando una novela, ¿me escribirías su prologo?
—Encantado. Mándame la que quieras.
Creo que tardé varios días en asimilar que me había dicho que sí en segundos. El gran Enrique Laso, se iba a quitar horas de su apretada agenda para leerse una de mis novelas. A pesar de nuestra buena relación, aquello era un regalo de una generosidad espectacular.
TANTO, QUE SIEMPRE SUS PALABRAS, ACOMPAÑARAN A MI PRIMERA NOVELA: CONTRÁTAME Y GANA.

Prologo Enrique Laso

Parte final del prólogo

Os podría contar, muchas anécdotas de su grandeza como persona. Como escritor las tenéis al alcance de la mano en Amazon. La pregunta para mí sigue siendo la misma: por qué el gran Enrique Laso, me dedicó tanto tiempo y cariño a mí, que tan poco tenía para poder devolverle. Es más, cuando le decía, por favor vente a Pamplona a pasar unos días con tu familia a mi casa, me respondía que el no abusaba de sus amigos. Tiene gracia la cosa.
El pasado noviembre habíamos quedado para cenar y por culpa de unos problemas laborales míos (estúpidas cuestiones), tuve que cancelarla. SIEMPRE, SIEMPRE ME DOLERÁ.
Enrique, amigo mío, allá donde te encuentres, seguro que estás bien rodeado y vuelves a tener tu agenda repleta de citas.

D.E.P.